No recuerda el momento exacto en el que su corazón se convirtió en un holograma gris. Afortunadamente, la gente que le rodea no ha notado el compás triste de sus latidos y él lo oculta tras una caja fuerte revestida de inercia y sonrisas puntuales.
Estuvo muy asustado pensando qué pasaría si la gente descubriera que, añorando la primavera, había caído en las garras del otoño. No quería que supieran que era adicto al mes de octubre, que caminaba entre las hojas marchitas ciego a todo excepto a la desesperanza.
Pero todo eso quedó lejos. El tiempo es sabio y le ayudó a pintar la fachada de su mundo de un color artificial. Sus familiares, conocidos y amigos admiran el resplandor opaco que dibujan unas palabras dichas con la convicción suficiente para engañarlos a todos. A todos excepto a él mismo.