Sobre cuentos inconclusos del País Azul II

A la caída de la tarde tuvo lugar una reunión que cambiaría el destino de muchos. Puede que en un principio las intenciones y propósitos que provocaron la toma de esa decisión fueran nobles, incluso justos; sin embargo, un fin puro cuando requiere derramamiento de sangre se tuerce, se escapa del control de quienes lo idearon y convierte en desolación e incertidumbre lo que debería ser progreso y bienestar. ¿Pero cómo ayudar a quienes no te dejan ayudarles? La respuesta a esta pregunta, al menos en este relato, consiste en reunirse a la caída de la tarde. Y eso fue lo que hicieron los cinco hechiceros del País Azul.

El País Azul es una enorme extensión de terreno y en tan vasto territorio muchos desean gobernar. Por eso, desde tiempos remotos hubo guerras y enfrentamientos por el poder y el dominio de unos sobre otros. Después de miles de años de historia se llegó a  un precario equilibrio: cinco reyes se elevaron como dignatarios y el país se dividió en cinco partes, las cuales eran gestionadas y administradas según el deseo de cada uno. La monarquía era renovada con los herederos de cada casa real. Así se mantuvo a lo largo de los años y así ha llegado a nuestros días.


Bien es sabido que un hombre no puede organizar los asuntos de  todo un reino en solitario y por esto se delegaron funciones en otros individuos, que tejían el enramado político del País Azul. Hubo algunos que sobresalieron por su inteligencia y perspicacia; gente destacada que ocupó una destacada posición en los concilios reales. Se les llamó consejeros y todo aquel que gobernaba oía sus opiniones y sutiles advertencias. Ostentaban el poder en la sombra: los reyes hablaban, pero ellos movían sus labios.

Sobre fiestas primaverales y otras multitudes

Hubo un tiempo en que me lo pasaba genial en mitad de ese barullo y en el que ser parte de la primaveral muchedumbre alcoholizada era todo un acontecimiento, un acontecimiento irresistible de hecho. Pero ahora me parece un coñazo supino y me da repelús ver la procesión de bolsas del Mercadona que serpentea hacia el botellódromo.

Me sigue gustando salir de fiesta, así que lo más probable es que el motivo de mi alergia a la fiesta de la primavera no sea por causa de la treintena que me acecha, sino por la veintena (la decena si me apuras) que reina en el 90% de los asistentes. De eso me di cuenta el último año que fui: empecé a mirar a mi alrededor y a ver fauna de guardería ebria. Y yo allí sintiéndome un topo de la policía secreta, como diría una que yo me sé, empecé a dejar de verle encanto al asunto.

Porque claro, la única gracia que tiene estar en el redil es socializar con las ovejas, pero cuando les sacas unos 8-10 años a la media de edad del rebaño, te conviertes en el pastor y reparas en pequeños detalles que antes pasabas por alto, como el olor a orina y vómito, el suelo pegajoso, los cristales rotos y la masa humana desvariando más de la cuenta. Donde antes resonaba un “subidón, subidóóóón”, ahora resuena un “uuuf, quiero irme a casa”.

Por eso, querida Fiesta de la Primavera, estamos mejor separados: yo te aburro, tú me provocas vergüenza ajena y esto no va a llegar a ninguna parte. Fue divertido mientras duró; buena suerte y hasta nunca.


Recupero un texto de hace tiempo. La página donde lo subí ya no existe, ni tampoco existe el botellódromo y juraría que tampoco la fiesta de la primavera (entendida como un botellón masivo). Hoy en día podría escribir algo similar sobre salir de discotecas hasta las tantas y el desagrado que me provocan las salas oscuras, atiborradas de gente emperifollada, la música a todo volumen que te obliga a comunicarte como el camión del tapicero y gastar un pastizal en unos brebajes que te provocan tormento cerebral mañanero. Pero bueno, lo dejo para otro día porque es domingo y el vagueo me reclama.

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Photo by Matthew Henry on Unsplash

 

Sobre poliéster, poliamida y algodón

 

La de cosas raras que se encuentra uno en  las libretas apiñadas en los armarios. Estoy reorganizando los altillos de mi cuarto, revisando cosas para ver si las tiro o vuelvo a guardarlas, y me he topado con este fascinante documento escrito a mano. Paso a transcribirlo.

  Ventajas y desventajas de los diferentes tipos de tejidos

Fibras naturales

  • Algodón y lino. Traspirable, fresco, confortable, resistente a la tracción y al roce// Encoge, se arruga, destiñe
  • Lana. Aislante térmico, transpirable// Encoge, se apelmaza, puede formar bolillas, se arruga
  • Seda. Suave, brillante// Delicada al frote y al sudor

Fibras químicas

  • Viscosa. Tacto suave, no destiñe//Encoge, se arruga (aunque se plancha muy bien)

Fibras sintéticas

  • Poliéster. Versátil (puede tener el aspecto de cualquiera de las fibras naturales), resistente, no destiñe, fácil mantenimiento// Poco transpirable, se carga de electricidad estática
  • Poliamida. Muy resistente, fácil mantenimiento//Poco transpirable, se carga de electricidad estática

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¿Y esto de dónde viene? Pues de la época en la que trabajaba de dependiente en tiendas de ropa. Y a pesar de la creencia popular, ese negocio es mucho más que doblar camisetas y sacar tallas del almacén. Aunque en honor a la verdad la mayoría de las veces que uno va a renovar el vestuario se encuentra a los dependientes doblando camisetas. Y, desde luego, no te cuentan las ventajas del poliéster; lo único que te dicen es: No, no quedan más tallas en el almacén.

Sobre vilanos y deseos

Por mucho que lo desee el mundo no va a dejar de girar,

ni van a regresar los días tachados del calendario;

y es estúpido malgastar un deseo.

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Photo by Dawid Zawiła on Unsplash

Me concentro para buscar uno bueno de verdad, uno que se pueda lograr.

Cierro los ojos,

pronuncio las palabras lentamente en mi interior

y soplo bien fuerte.

«Ojala no deseara lo imposible»

El vilano se deshace y el viento esparce por el horizonte las semillas de mi deseo.

Sobre abismos y miradas

Profundos abismos entre los dos, oscuros sentimientos en mi interior;

sin embargo, las sombras están ligadas a la vida y nada en ella perdura mucho tiempo.

Tú y yo estamos juntos. Yo te miro. Tú me miras. Pero sólo yo puedo verte.

Ya he comprendido que no puedo estar contigo, ni siquiera ya me duele.

No hay lágrimas en mi cara, sólo nostalgia en mi corazón y recuerdos en mi mente.

Ahora una nueva luz extingue este sufrimiento.

Te miro y sé que no me ves; ya no me importa. Hay más miradas alrededor, brilla en mis ojos otro resplandor.

Tú y yo siempre estaremos cerca, sólo tus manos se alejan de mí.

Nuestras risas siguen jugando juntas, nuestros sueños son amigos. Puedes contar conmigo.

Me miras, te miro, te quiero. ¿Qué más puedo pedir?

Sobre Mindy McCready

24-02-2013

Mindy McCready es una cantante de música country o, mejor dicho, era. No sabía que existía hasta esta misma noche en la que me he topado con una canción suya, que ha resultado ser la última que grabó antes de quitarse la vida. Le dedico un post en mi blog porque la canción es preciosa y porque es una pena llegar a un punto anímico de no retorno en el que la única solución sea la decisión más irreversible de todas.

En España se producen más muertes por suicidio que por accidentes de tráfico. Últimamente se escucha mucho hablar del tema debido a los desahucios, pero el suicidio, enemigo acérrimo del instinto de supervivencia, ha vagado por la península (y por todo el planeta) desde siempre.

Cuando me informe mejor sobre el tema, escribiré algo al respecto. Quizá sea una buena idea escribir de vez en cuando cosillas relacionadas con la psicología o la sociología para darle un toque menos chorra al blog, Todo se andará. De momento os dejo con «I’ll See You Yesterday», la última canción de Mindy McCready.

 

I was your sunlight, Now I’m just a shade 
I was your blue sky, Now I’m just the rain
I was your favorite song, Now I’m overplayed
If tomorrow’s gonna be the same
Since tomorrow’s gonna be the same
I’ll see you yesterday.
I’ll see you yesterday.

Sobre pseudopoemas y libretas

Tu ausencia es niebla, fuego y escarcha.

Niebla en mis ojos,

Fuego en mis sueños,

Escarcha en mi piel.

Es el viento el que arrastra la niebla que oculta el presente. Es el calor de tu distante cuerpo quien prende en llamas mis sueños. Es el invierno lo que ha congelado mi piel.

Viento, calor, invierno.

El viento de tu triste recuerdo me impide seguir adelante,

El calor que buscaba en ti asfixia con cenizas mi alma,

El invierno de la nostalgia intento derretir sin ahogarme, 

pues ya no quiero seguir respirando la niebla y el viento, ya no quiero abrasarme entre recuerdos de calor y fuego, pues estos no pueden disipar la escarcha ni fundir el invierno.

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Photo by Jonathan Knepper on Unsplash


He encontrado una libreta llena de anotaciones, pensamientos y análisis costumbristas de mi yo de hace una década y pico. Me estoy riendo mucho leyéndolo todo porque creo que me tomé demasiado al pie de la letra eso que decía Ana Frank sobre el papel siendo más paciente que los hombres. ¡Cuánto drama! Para muestra he transcrito el pseudopoema con el que he abierto la entrada de hoy.

Y es que me está dando mucho juego el cuaderno olvidado. No puedo evitar sonreír al leer anécdotas de hace miles de días de alguien que soy y no soy yo al mismo tiempo. La verdad es que no puedo quejarme porque he tenido mucha suerte con la gente que me he ido encontrando en la vida, pero sí que me gustaría cruzar esa barrera de celulosa y tinta a modo de agujero de gusano y hablar conmigo un rato, largo y tendido. 

Me diría que las relaciones que forjamos forman parte del pequeño universo de nuestra personalidad, lleno de planetas, satélites y alguna que otra estrella fugaz. Y en la inmensidad de ese universo, en expansión hasta que nuestro corazón deja de latir, todo tiene una importancia absoluta y  relativa. Es por eso que, a día de hoy, leo ese pseudopoema con poca rima y mucha niebla y me puedo imaginar en mi habitación escribiéndolo con un boli bic y angustia en el pecho. Pero si paso unas cuantas páginas descubro historias de risas, pipas, botellones y barbacoas en Cumbres Verdes con avispas al acecho. Y el factor común de todas ellas es la conexión con otras personas, una conexión capaz de trascender ese agujero de gusano de tinta y celulosa y colarse desde mis ojos hasta la sinapsis de mis neuronas. Todo lo bueno vuelve a mí otra vez y lo malo también, pero ya está aprendido y ha dejado de doler. Ambas caras de la moneda forman parte de mí, son la musculatura y las cicatrices que me dan forma.

Sigo leyendo mi letra en la libreta y pienso que de poder hablar con mi yo del pasado intentaría no echarme un sermón demasiado severo. Total, es necesario vivir de primera mano las lecciones que trae el tiempo. Además, es muy fácil sermonear a alguien que siente incertidumbre desde una posición de experiencia, o a alguien con mal de amores desde una posición de afortunado amor correspondido. Por lo que me dejaría sufrir un rato, sabiendo que luego vendrán las risas, las ilusiones renovadas y un universo en continua expansión. Sigamos escribiendo.

 

 

 

La reina de la inmensa desdicha. Día 16

Su madre le había vuelto a repetir que se comportaba como un zombie, que no podía pasarse el día encerrada en su habitación, que ni siquiera iba al salón a ver la tele. Y no tener ganas de ver la tele es un síntoma preocupante.

Habían pasado muchos días, puede que incluso un par de semanas o tres. Quién sabe, a quién le importa.

Lo único que le apetecía hacer era nada en absoluto excepto escuchar música y rumiar pensamientos, recordar, quedarse en blanco, volver a recordar y sumirse en un profundo pantano de lamentaciones.

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Photo by Alice Alinari on Unsplash

 Su pequeño gran logro contra la apatía total consistía en arrastrarse cabizbaja a la mesa a mordisquear el almuerzo y la cena; había desarrollado la habilidad de responder con monosílabos cuando creía escuchar su nombre en las conversaciones con su familia. Reaccionaba a ello articulando un “sí” o un “no” de forma indistinta.

Era tal su pesadumbre que no hubiera sido raro que una comitiva solemne hubiera derribado la puerta de su cuarto para coronarla Reina Gris del Corazón Resquebrajado y la Inmensa Desdicha.

Sobre personas que no solemos recordar

27 de febrero de 2012

Este fin de semana me acordé de alguien que no suelo recordar.No es una persona que haya sido fundamental en mi vida pero ha estado presente en una etapa, ligado a personajes principales que lo hacían un personaje secundario recurrente. Esa persona no volverá a aparecer en la extraña película de mi existencia. No volverá, de hecho, a ser actor, a no ser que más allá de este mundo haya una segunda oportunidad para reinterpretar un papel que le quedó grande.

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Photo by Noah Silliman on Unsplash

Es típico decir de alguien que ya no está que era un buen tipo, pero realmente no hay nada que me haga decir lo contrario. Por eso, aunque no eramos más que desconocidos íntimos, me entristece decirle adiós. Me entristece también pensar lo solo que debía sentirse.

No puedo decir mucho más.

Es una pena saber tan poco de las personas que no solemos recordar.

La reina de la inmensa desdicha. Día 1.

Estaba tumbada en la cama escuchando una canción cuya melodía hacía pensar que dentro de aquel cuarto se estaba celebrando un entierro. Una imagen patética: el pelo alborotado, la ropa tirada en la silla y por el suelo, la persiana medio echada y la banda sonora de funeral. Otras veces había estado con el pelo alborotado y la ropa desperdigada por el cuarto, pero claro, los sonidos que se escuchaban en esas ocasiones no eran precisamente fúnebres.
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Se le ocurrió que estaría bien levantarse para inspeccionar el frigorífico, aunque en la última incursión no había descubierto nada apetecible; desde luego no helado de tarta de queso ni nada parecido. Podría salir a comprar pero era domingo y estaba todo cerrado, así que no iba a poder emular a Bridget Jones a pesar de tener un día emocionalmente muy Bridget. No había helado y emborracharse en el salón al grito de «All by myself» estaba totalmente descartado. ¿Qué habrían pensado sus padres?
Ella si que era desgraciada y no esa inglesa rubia con piso, trabajo y helado en el congelador. Dio otra vuelta sobre la cama y se puso a mirar el techo mientras la tarde de domingo se convertía poquito a poco en noche.
madrugadas

la hoja en blanco y la calle sin poner

Puertas de Tannhäuser

Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo.

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